Achille Varzi, o la inmutabilidad de la belleza
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El monoplaza iba de lado a lado con un control casi hipnótico bajo la lluvia. En otras manos, en otro momento, la compostura se habría desvanecido en una nube de humo que, quizás, habría acabado en un estruendoso chirrido de frenos y acero retorcido.
Pero en las manos de nuestro protagonista, eso era absolutamente imposible. La trazada siempre fina, con una elegancia rayana en lo soberbio. Jamás un movimiento gratuito, como acostumbraban algunos de sus rivales. Nunca una concesión al espectáculo fútil y casi bochornoso. Eficacia. Eso era todo. Su nombre era Achille Varzi.
Los inicios
Un esteta. Un poeta de la velocidad. Cualquier adjetivo, cualquier apelativo se quedaba corto y todavía resulta escaso ante la dimensión del italiano nacido en la población de Galliate un 8 de agosto de 1904. El hijo de un industrial textil que se curtió, como tantos otros, en las dos ruedas, siguiendo en cierto modo los pasos de su hermano mayor Angelo.
Curtido, pero con éxito, claro: campeón italiano en 350 centímetros cúbicos con 19 años. El joven que soñaba con los más grandes. «Desde pequeño he soñado con poder convertirme un día en un gran piloto de coches de carreras. He tenido la fortuna de realizar mi sueño. Mis ídolos fueron unos y otros de los más famosos pilotos de mi juventud, pero sobre todos ellos lo fue Nazzaro. Admiraba el ímpetu de [Pietro] Bordino, por ejemplo, pero me fascinaba el estilo, la calma, la seguridad de Felice Nazzaro.»
Achille Varzi camino de la victoria en la Targa Florio de 1930 - Bibliothèque Nationale de FranceFelice le devolverá la cortesía y estima: «este gran piloto, quizás menos ostentoso que Nuvolari para las masas, impresiona al experto por la clase y el estilo verdaderamente superior que demuestra en carrera. He encontrado en Varzi tal gama de finuras estilísticas y tácticas que me han impresionado. Una conjugación perfecta entre músculos, cerebro y medios mecánicos. Su atrevimiento no conoce la temeridad, sino el fin último, la victoria, con un dispendio de coraje razonado y ponderado.»
Así le valoraba su referencia. El modelo a perfeccionar con un talento inconmensurable que se escondía tras una mirada dura, fría, rayana en lo inmisericorde. Como si no hubiera paz interior más allá del acto físico de guiar un coche por la trazada perfecta y más veloz posible. Porque la velocidad no puede maquillarse, no admite falacias ni engaños. Se tiene o no se tiene. Y en Achille se desbordaba.
La rivalidad con Nuvolari
El salto a las cuatro ruedas en 1926 sólo confirmó lo obvio. Empezaron a llegar victorias. Y empezó la legendaria rivalidad con Tazio Nuvolari, doce años mayor que él, que dividió a toda Italia. Curiosamente, Varzi se unió a Nuvolari en el equipo que este había creado en 1928, aunque duró poco. Sus caracteres y recelos no les hacían buenos compañeros de viaje, aunque se reencontrarían en Alfa Romeo en 1930. Pero Varzi sabía cómo ganar a Nuvolari. Y su enemistad personal no fue tanta.
Tazio Nuvolari y Achille Varzi se saludan en la Copa Ciano de 1930 - Foto: autor desconocidoClaro que sus duelos fueron legendarios. La famosa Mille Miglia de 1930. Achille y Tazio luchaban casi metro a metro. Hasta que el de Galliate dejó atrás al de Mantua, aunque no por mucho. Vittorio Jano aconsejó contemporizar. Pero Nuvolari no lo hizo, y con la célebre jugada de apagar los faros y adelantarle, le arrebató la victoria. Fue una puñalada para Achille, que se sintió menospreciado y cambió de equipo. En 1934 se la devolvería, cuando Varzi recuperó la distancia y acabó ganando su única Mille Miglia. O el adelantamiento sobre la línea de meta en aquél contubernio de Trípoli en 1933, con la lotería y el pacto entre pilotos y concursantes para ganar todos.
Por supuesto, el culmen de la rivalidad fue Mónaco en 1933, cuando los dos italianos se hicieron protagonistas del Principado. Varzi con su Bugatti T51 oficial, Nuvolari con el Alfa Romeo Monza de la Scuderia Ferrari. El epítome de cada estilo, lujuriosa muestra de automovilismo. En cada angosto recodo del circuito urbano, la incertidumbre. Todo se resolvió al final, con Varzi marcando la vuelta rápida en la penúltima vuelta, adelantando en la última vuelta. Y el motor del Alfa Romeo expiró, rindiéndose en la hermosa batalla contra el Bugatti azul. Varzi vencía.
Una personalidad compleja
Pero Achille Varzi no era el querido por el público. Tenía admiradores, no fanáticos. Nadie podía dudar de su talento, pero su carácter hosco, reservado, silencioso y estricto, lo hacían en cierto modo antipático. En realidad, era inseguro. Siempre temía verse desplazado. Pero sabía disfrutar de la vida y gastar sus cuantiosas ganancias, disfrutar de sus casas, gozar de los lujos. Aunque hay muy pocas fotos en la que sonría: gesto adusto, mirada directa, cigarrillo en mano. Elegancia incluso en la ropa de carreras, tejida por un sastre, materiales nobles. Herencia de familia, la calidad. Un esteta hasta en lo más insignificante.
Enzo Ferrari y Achille Varzi en la subida Parma-Poggio di Berceto de 1934, que ganó - Foto: autor desconocidoO la atención al detalle como norte en la vida y, especialmente, en las carreras. Exigía un coche limpio, sin roces. Cuidaba hasta el extremo la puesta a punto, siempre inconformista, siempre buscando cómo mejorar. A veces, hasta el colmo de lo absurdo. En las pruebas del Gran Premio de Mónaco de 1934 no estaba contento con la posición de pilotaje. Cuenta Enzo Ferrari que se encontró al mecánico Luigi Bazzi y a Varzi enzarzados en una discusión sobre la posición de pilotaje:
«había hecho cambiar a los mecánicos una decena de cojines. Cogió dos, los pesó, los midió, y decidió que aun así, debían ser un poco más altos, pero no tanto que superase lo que sería un tercio de cojín. Bazzi lo invitó a irse a tomar un café, con la promesa de que a su vuelta habría encontrado el arreglo que deseaba; en cuanto se alejó, Bazzi me cogió el Corriere della Sera que llevaba en el bolsillo, lo plegó en cuatro y lo escondió entre los cojines. Varzi volvió poco después y probó la posición. "Perfecto, sí", murmuró agradeciendo emocionado. El periódico no había hecho elevar la altura prácticamente ni medio centímetro. Pero Varzi era un tipo capaz de convencerse hasta de lo absurdo.»
Un pilotaje perfecto
Luego iniciaba el baile con el coche, una extensión de sí mismo que colocaba donde siempre quería. Perfecto e implacable, pero sin tomar riesgos absurdos: «¿Por qué debo correr riesgos cuando tengo frente a mí a todos mis rivales, mientras basta con tener un poco de paciencia y esperar que se reduzcan a la mitad? Normalmente, antes de la mitad de vueltas a completar de una carrera, el cincuenta por cientos de los coches están fuera de combate. Y es entonces cuando toca esforzarse.»
Achille Varzi tras ganar el GP de Mónaco de 1933 - Foto: Bibliothèque nationale de FranceHasta entonces, estudiaba, observaba, rumiaba a los unos y los otros. Y luego, como definiría Enzo Ferrari, era «inteligente, calculador, valiente cuando era necesario, feroz en el aprovechar la primera muestra de debilidad, el primer error, el primer incidente del adversario. Diría despiadado.»
Auto Union e Ilse Pietsch
Con la mirada fría puesta en la victoria. Y con ese objetivo recaló en Auto Union en 1935, para acompañar, si bien más liderar, a los Bernd Rosemeyer, Hans Stuck o Paul Pietsch. Pero allí empezó a perder precisamente esa frialdad, esa precisión. De alguna manera, sus victorias empezaron a decaer. Los dolores estomacales le fueron llevando a la morfina, y como el semidios griego, encontró su talón de Aquiles.
O dos. Porque él, calculador, cayó prendado de la mujer de Paul Pietsch, Ilse. Rubia, esbelta, excitante. Una relación que fue inevitable para ambos. Un torbellino. La vida. Cuenta la leyenda que fue tras ganar en Tripoli en 1936 y verse humillado -supuestamente le habrían dejado ganar por ser italiano para contentar al gobernador de la Libia ocupada por Italia, que en la ceremonia de trofeos felicitó a Hans Stuck como ganador real-, fue ella quien le introdujo en las drogas. Ignominia tendenciosa cuando Ilse no estaba allí ese día. Pero es cierto que ambos se dejaron caer en la espiral complaciente de un amor voluptuoso y tremendo aderezado con el bienestar del efecto de las drogas.
Y perdimos a Achille, víctima de políticas e inseguridades. Descuidado, delgado, desconcentrado. Ya no había victorias, ya no había precisión, ya no había el piloto que pintaba con su coche las trazadas más límpidas y luminosas, más hermosas e impecables. Surgió el Achille detrás de la mirada fría, el del desprecio por la vida. Ni siquiera cuando Auto Union lo despidió en 1937, pese a su desesperación, se atisbó esperanza. Y hubo que arrancarlo de los brazos de Ilse, casi a la fuerza. No había que salvar al piloto, sino al hombre que había dilapidado su existencia y que en 1938 dejó los circuitos.
Con el Auto Union Typ C en el GP de Italia de 1936 - Foto: Archiv Bernhard BräggerApartado cruelmente de la vida social, privado hasta de carnet de conducir, sometido a rehabilitación. Dicen que incluso Mussolini dio la orden de impedir la entrada en el país a Ilse. Los circuitos quedaron lejos en los años siguientes y se sepultaron con la Segunda Guerra Mundial que arrancó en 1939. Ilse ya había quedado lejos, intento de suicidio mediante, como una atractiva sirena varada en los rincones de la memoria más dulce y dolorosa. Pero el tiempo que Achille había perdido ya no regresaría nunca.
El regreso a la cima
O quizás sí. Como un Ave Fénix, Varzi volvió a la vida tras superar dos guerras: la bélica y la personal, ésta en parte ayudado por su nueva esposa, Norma Colombo. No era el mismo, el físico se había demacrado, las arrugas poblaban su rostro que aún conservaba la mirada penetrante. La presencia era eternamente elegante. Y al tomar el volante, la magia surgió como si jamás se hubiera mínimamente agotado. Su cuerpo se había marchitado, pero el resplandor de su arte seguía ofreciendo pruebas de su presencia.
El maravilloso Alfa Romeo 158 era una horma para su zapato. Queda para la historia que el primer piloto en ganar una carrera bajo la nueva Formula Internationale, que luego sería la Fórmula 1, fue él. Un 1 de septiembre, en el Parco Valentino de Turín, Varzi y el Alfa Romeo 158 volvieron a doblegarlos a todos con la precisión y eficacia de siempre. Algunos rivales habían cambiado, claro. Pero con 42 años parecía que la juventud había vuelto a sus manos.
Achille e Ilse en San Remo, 1937 - Foto: autor desconocidoPese a las direcciones deportivas de Alfa Romeo gracias a su demoledor dominio -básicamente, se iba eligiendo quién debía ganar de su brillante elenco de pilotos-, Varzi brillaba de nuevo. Sus compañeros no eran especialmente más jóvenes que él, la mayoría del tiempo previo a la guerra. Y llegaron victorias -Rosario, Interlagos, Bari- y podios -Suiza, Europa, Italia, entre otros-.
Achille Varzi y el Alfa Romeo 158, quizás sólo con permiso de Jean-Pierre Wimille y, en menor medida, de Giuseppe Farina, se dibujaban como un referente. Aún tendría que llegar Juan Manuel Fangio, pero el balcarceño siempre dijo que su modelo era Achille: «Varzi para mí era un dios. Es probablemente el piloto que que más he admirado en mi vida, un hombre que sólo se preocupaba de su arte.» Ahora él era el referente, el piloto al que imitar para ser efectivo. Se podría decir que su estilo, sublimado, arrojó cinco mundiales.
Un final absurdo
Y llegó 1948. Y tras ganar de nuevo en Interlagos, inmerso de nuevo en la temporada europea, tocaba el Gran Premio de Suiza, en el precioso y peligroso circuito rutero de Bremgarten. Rápido, donde el bosque hacía, en una parte, de límite natural de la pista. Con sus toboganes. Un circuito de antaño para pilotos de otra era.
El jueves 1 de julio llovía con fuerza. Eran sólo las prácticas, pero en aquellos tiempos se rodaba siempre. Al final del día, Varzi seguía con su 'Alfetta' probando y precisando. Eran los últimos compases de la jornada. Salió de boxes. Pasó Wimille delante suyo, levantando una nube de agua. Achille avanzó por la pista y se acercaba a la rápida curva de izquierdas de Jordenrampe.
Camino de la victoria en Turín, 1946, con el Alfa Romeo 158 en la primera carrera de F1 de la historia - Foto: Alfa RomeoLa lluvia era intensa. El monoplaza se descompuso. Nada nuevo, nada especialmente preocupante. Tanto Achille como muchos de sus compañeros habían domado coches mucho más brutales. Varzi, de hecho, había sometido a sus órdenes al tremendo Auto Union de motor trasero. El 158 era, al fin y al cabo, una 'voiturette' de antaño, por mucho que ahora fuera un coche de Gran Premio por la normativa de la Fórmula 1. Corrigió.
Con el coche fue derrapando hacia la derecha, luego hacia la izquierda. Los testigos estaban presenciando otra muestra del inefable control varziano de las dinámicas de un monoplaza. Extraño verlo así, de lado a lado, pero lo estaba controlando. La velocidad bajó considerablemente. Varzi lo había logrado. Pero la parte trasera rozó el terraplén.
Achille no era un dios, ni un semidios, pero jamás había tenido un accidente por un error de pilotaje. Jamás es jamás. Sin embargo, el Alfa Romeo se clavó y volcó. La velocidad era lenta. Quizás el perfeccionista Varzi pensó en la incomodidad de los daños en el coche, de tener que restaurar todo para dejarlo en un impecable estado. Pero esta vez, su sempiterna pareja de baile no fue grácil y ligera, sino que se abalanzó sobre él.
La ausencia de un verdadero casco le arrebató la vida -desde entonces, la FIA los hizo obligatorios-. Así, lentamente. Como en un último paso de baile antes de parar. Así se apagaba el esteta del volante. Frente al dramático claroscuro caravaggiano de un Nuvolari, frente a la grandeza colosal miguelangeliana de un Caracciola, la serena perfección leonardiana de Varzi pasó relativamente desapercibida en su tiempo, pero gana valor cuando se mira con perspectiva. Sin él, los Fangio, Stewart, Lauda o Prost no hubieran tenido sentido.
A Varzi el piloto, el deporte le debió un campeonato internacional, en este caso de Europa. Quizás, de haber vivido, el de campeón del mundo. Tenía todo a su alcance para ello. A Achille el hombre, la vida le debió la misma serenidad que él imprimía en cada curva, pedal a fondo, compostura firme. La elegancia hecha velocidad. Imperturbable. Aún hoy, la inolvidable inmutabilidad de la eterna belleza.